Comentario
La conquista árabe del África septentrional a mediados del siglo VII, bajo las enseñas de una religión institucionalizada por los coreixitas, tras la predicación de un inspirado beduino árabe, Mahoma, habrá de constituir un hecho de transcendental importancia no sólo para la historia del continente africano, sino también para todo el continente euroasiático. La invasión musulmana, iniciada con la conquista del Egipto bizantino por Amr Ibn Al-As, tras una campaña iniciada en el 639 y que termina con la rendición de Alejandría (642), señala el inicio de una expansión imperialista hacia todo el oeste.
Ella habrá de decidir concretos desplazamientos demográficos motivados por la superposición a las poblaciones de las regiones de origen, de otra nueva, constituida en un principio por beduinos de la península arábiga que encontraron en la predicación del Islam la fuerza centrífuga que hizo posible su expansión. Así, el dominio árabe habrá de tener muy relevantes consecuencias, mayores que otras que se producen con el ocaso del mundo antiguo.
No se trata aquí de encontrar una nueva ubicación geográfica de un pueblo, como ocurrió con las Völkerwanderungen bárbaras sobre el Imperio romano, sino la expansión de una experiencia religiosa particular, que impone una religión monoteísta que conocerá la universalidad y que es capaz de modelar de forma nueva la estructura de toda una sociedad. Fue precisamente por esto por lo que la conquista islámica, que continuaba desde Egipto por Cirenaica y Berbería, llega a penetrar en España y Francia, hasta ser detenida en Poitiers, lograría divorciar de forma irreversible a todo el África septentrional de la civilización euromediterránea que venía echando su pulso con la beréber, hasta hacer desaparecer al cristianismo, aún vigente como último legado de una presunta unidad mediterránea intentada por Roma.
Así la civilización islámica terminará enraizándose profundamente en el África septentrional, manifestando una capacidad de penetración mucho mayor que la de las civilizaciones mediterráneas que la precedieron, circunstancia en la que influyó más que la misma acción árabe las iniciativas y celo religioso beréber junto con otros pueblos norteafricanos ganados por el Corán.
La primera oleada árabe se detuvo ante el Sahara, que ya había sido barrera para Roma y Cartago. Sin embargo el desierto no lograría impedir que la religión y la cultura islámicas arribasen al África subsahariana negra, influyendo de forma particular entre los siglos IX y XIV en la historia de los reinos o Estados que se han configurado en la franja sudanesa, ya que el Islam, a decir de Richard Molard, vino a ser un estimulante cíclico de las sociedades sudanesas.
La propagación islámica hacia el África Menor se produce tras la fundación de Kairuán, que permite al caudillo árabe Oqba-Ibn-Nafi iniciar la ocupación del Magreb, continuada en el 702 por Mussa Ibn-Nusair. No obstante, los beréberes optarán por el islamismo coreixita, opuesto al de los califas de Damasco, produciéndose diversos movimientos autonómicos. Sin embargo, en el 750 el advenimiento de una nueva independencia califal, la de los Abbásidas, permite al Magreb su práctica independencia con diversos gobiernos autónomos mientras que Ifrikiya conoce tres reinos autónomos desde finales del siglo VIII: los Idrissitas de Marruecos, los Ibaditas de Tahert y los Aglabitas de Ifrikiya. Entretanto, se produce la propagación islámica al África subsahariana mediante dos líneas de penetración: la oriental, a través del valle del Nilo y que terminará por enfrentarse con la resistencia etíope, que logra mantenerse como una inexpugnable isla cristiana emergiendo en el mar de los pueblos islamizados, y la línea occidental, que partiendo del norte del Sahara llega hasta el golfo de Guinea.
Entretanto, el Magreb islamizado alimenta el sueño de un gran Estado beréber, merced primero a estímulos que darán lugar a la aventura almorávide (1042-1047), tras la predicación del derviche Ab Alla Ibn Yasin. Fue entonces cuando los tuaregs del Sahara occidental pusieron su talante belicista al servicio de la causa almorávide y desde Marrakech desarrollaron una amplia ofensiva conquistadora en dos direcciones. Al norte, penetrando en la Península Ibérica, donde son contenidos por los cruzados cristianos, y al sur, hasta el Imperio negro de Ghana (1070). Fue entonces cuando el expansionismo almorávide contribuiría decisivamente a la difusión del Islam entre los sudaneses y de esta forma, árabes y beréberes, desde el siglo IX, tras rebasar el Sahara habrían de descubrir el África negra, un mundo aparte e ignoto para fenicios, griegos y romanos.
La penetración del islamismo trajo ciertas ventajas a los Estados sudaneses, creando idóneas condiciones para futuras relaciones, provechosas y duraderas, con los países ya islamizados del África septentrional, y el bienestar y riqueza para Ghana, Mali y Songhai. Por otra parte, la cultura islámica aporta a los reinos sudaneses estructuras socio-políticas nuevas, más funcionales, haciéndoles ver las ventajas de una administración centralizadora y centralista y el valor que asume en política el principio de autoridad, más efectivo que el que regía hasta entonces, basado en las relaciones de parentesco. Emerge así una clase cultivada, formada en las escuelas del Islam y preparada para la gestión del Estado. De esta forma, diversos Estados sudaneses terminarán integrándose en el mundo islámico, que se expresa aparatosamente en la ciudad de Tombuctú, en el cruce de importantes vías de tráfico y que sería denominada Alma Mater del desierto, por sus escuelas y mezquitas.
La penetración islámica en el África subsahariana se inicia mediante los Sanhadja, una confederación de tribus tuaregs que vivían en el Adrar y que desplazándose hasta el río Senegal, al que dan el nombre, llegarán a controlar la ruta sahariana entre el África Menor y Ghana. Fue así como, ya entrado el siglo IX, los Sanhadja logran arrebatar Audoghast a los negros Soninkés de Ghana y, no obstante, a mediados del siglo X, el soberano beréber de Audoghast es el rey y señor de todos los beréberes del Sahara occidental con 23 régulos negros como tributarios. Es dueño indiscutible de un Imperio cuya extensión equivale a 60 días de camino de norte a sur y de este a oeste. Llegaría a contar con un ejército de 100.000 guerreros montados sobre camellos de raza. Aparte de las exageraciones que pueden encontrarse en el relato de Al-Bakri, es indudable que se trataba de un muy poderoso príncipe. Pese a todo, en el 990 el rey de Ghana consigue arrebatarle Audoghast, instalando un gobierno negro, aunque no de mucha duración.
Los árabes ya habían oído hablar de los fabulosos incentivos del País de los negros, incluidos oro y atractivas mujeres. De aquí que en el 734, y desde Marruecos, los califas Omeyas mandasen una primera expedición hacia el Sudán, que les proporcionaría un enorme botín en oro y esclavos. Previendo el futuro, los marroquíes dejaron instalada una línea de pozos que les permitiría nuevas y fructuosas correrías.
Fue entonces cuando un beréber de Sidjilmasa, ya citado, coincidió con otro beréber, Yahia ben Ibrahin, que volvía totalmente fanatizado de una peregrinación a La Meca. Ambos predican en su patria por un Islam más puro y riguroso, pero son mal acogidos, por lo que con siete discípulos se retiran a una ínsula del Senegal. Allí levantan un morabito que alcanza pronto enorme reputación, hasta el punto de que pocos meses después cuentan ya con más de 1.000 seguidores incondicionales. Se les llamaría los del convento -Al Morabetin- y de su nombre en árabe surgirá posteriormente el nombre de almorávides. Hacia 1042, sintiéndose fuertes, se decidirán a ponerse en marcha para vengar las burlas y afrentas de que han sido objeto, y después... a la conquista del mundo.
Los primeros conversos fueron sus primos los Lemtas, que se asociaron a ellos. Desde ahora la ofensiva almorávide se orientará hacia dos direcciones: hacia el norte, donde tras la toma de Sidjilmasa fundarán en 1062 una nueva capital, germen del actual Marrakech. En 1063 logran conquistarlo degollando a sus moradores; hacia el sur, toman Audoghast, que saquean implacablemente: desde este momento pondrán sus ojos en Ghana.
Por entonces el rey -Tunka- de Ghana, que había vivido como sus antecesores en una larga tradición de tolerancia, decide convivir con los almorávides, a los que permite incluso construir un barrio en su capital. Sin embargo, éstos ya instalados, deciden rebelarse a una autoridad que, aparte de negra, consideran infiel. Así en 1076, tras 15 años de lucha, los almorávides acaudillados por Abu Beker toman la capital de Ghana en medio de una sonada matanza. Los ganados de los nómadas victoriosos, que acceden a miles a los pozos de agua, terminarán convirtiendo en pedregal una tierra cultivada hasta entonces. No obstante, tras el saqueo de los nómadas, regresarán al desierto, dependiendo de pastos ocasionales y levantando sus tiendas, de manantial a manantial, llevando consigo sus ocasionales botines y librando peleas intertribales. Pese a todo, desde el África septentrional hasta el Senegal, se han hecho los dueños de la situación.
Un decenio más tarde, Abu Beker, el caudillo que tomó Ghana, cae asesinado y con él se hunde todo el poder almorávide. A partir de entonces Ghana recupera una cierta autonomía, aunque los súbditos del Tunka no volverán a conocer sus leyes. Reconstruida en parte, la ciudad, 200 años después bajo Sundiata, rey de Mali, conocerá un nuevo saqueo.